Sangre {Dion}

Dion aún estaba despierto cuando Alexander comenzó a moverse, estaba pensando demasiado las cosas y dándole millones de vueltas, algunos problemas ya estaban resueltos pero desconocía si más iban a comenzar a llegar y eso simplemente alejaba al sueño de su persona.
Escuchó ligeros ruidos y tuvo que inclinarse ligeramente para ver si Alexander tenía fiebre o comenzaba a sentirse mal, pero en vez de eso se lo encontró “Dándole amor” a la almohada de seda importada a la que Dion le había costado tanto trabajo conseguir.
Intentó moverlo un poco, si seguía con esa locura nocturna se haría daño en la herida y se le abrirían los puntos, en el mejor de los casos. Pero una vez que Alexander se giró hacia él, supo que había sido una mala idea.

Dion suspiró bajito una vez que Alexander se giró hacia donde estaba y le depositó un beso en el cuello haciendo que su piel se erizara por completo, El escalofrío se volvió más extenso cuando se frotó contra uno de sus muslos y le lanzó una mirada reprobatoria que decía “ni siquiera lo pienses”, a pesar de que el pequeño jadeo de Alexander lo provocó en todas las maneras posibles.
—¿Mi culpa…pues qué soñaste? —dijo sin poder evitar una sonrisa de suficiencia al saberse dentro de los sueños de Alexander, aunque para provocar esa clase de reacciones, seguro había sido un sueño demasiado realista.
Correspondió aquella mirada con una refulgente e intensa que brilló incluso en esa oscuridad que los envolvía. Se acercó a darle un casto beso del cual Alexander tomó posesión de inmediato, aumentando la intensidad hasta que les faltó el aire.
—Shhh, no te muevas, te lastimarás —le susurró muy pegado a sus labios mientras con una de sus delicadas manos comenzaba a desabrochar la bata que ceñía su delgado cuerpo –y debajo la cual no había nada- dejando al descubierto uno de sus blancos hombros y después lo demás.
Era un día como para atesorarse por mucho tiempo porque Dion no solía tomar la iniciativa en ese aspecto y que Alexander ni lo mencionara. ¡Se moría de la vergüenza!
Una vez que estuvo toda su piel al descubierto quitó todas las sábanas de promedio y depositó otro beso sobre los labios de Alexander, ésta vez uno más breve que descendió por su mentón, su pecho y abdomen a pesar de las vendas y la camisa semiabotonada, sin contar el ligero ardor que sentía sobre su labio inferior debido a lo ocurrido por la mañana.
Siguió con el camino de besos ascendente y agradeció silenciosamente a los dioses para que el calor que se agolpaba en sus mejillas fuera invisible, una vez que llegó a aquella zona erógena, la acarició con una de sus suaves manos, haciendo que Alexander se sobresaltara un poco al sentir que su tacto ascendía y descendía por la erección, para al final poner ese par de labios tersos y más rojizos que de costumbre sobre el glande.
Sí, era una noche digna de recordarse.

Dion interpretó –e interpretó bien- aquella caricia sobre sus cabellos como una invitación a seguir con lo que hacía, por lo que se separó un poco para dejar escapar un jadeo debido a la intensidad del momento y contempló desde su posición el rostro de Alexander escondido entre su brazo.

Volvió a introducir el miembro erecto en su boca, teniendo especial cuidado de sus dientes y comenzó a excitarse en cuanto la respiración de Alexander se hizo más errática, sintió una oleada de calor en la parte baja de su cuerpo pero ni así detuvo el vaivén y aquél movimiento casi mágico que hacía su lengua, llenando la habitación de sonidos por demás variados, desde aquél ruido apenas e imperceptible de succión y los jadeos más graves de Alexander, donde invocaba a Dion una y otra vez.

Quizá no tenía una gran pericia en ello, pero mentiría si dijera que él no lo estaba disfrutando casi de igual manera, a tal grado que dejó que una de sus manos vagara por su pecho desnudo, comenzándose a sentir realmente necesitado.